Seguía la escuela matemática, donde el profesor
enseñaba a sus discípulos por un
método difícilmente comprensible en Europa.
Las proposiciones y demostraciones se escribían sobre una delgada oblea, con
tinta compuesta
por una mezcla encefálica.
El estudiante tragaba la oblea hallándose en ayunas, y en los tres días
sucesivos no debía
comer ni beber nada, fuera de agua y pan.
Una vez digerida la oblea, la tintura ascendía
al
cerebro, llevando consigo la demostración.